Para reconocer a Álvaro Alves de Faria
Por Alfredo Pérez Alencart
Pérez Alencart e Alves de Faria, em Salamanca
Álvaro Alves de Faria (São Paulo, 1942) es uno de los más notables poetas brasileños actuales. Salamanca, a través de su Ayuntamiento, le homenajeó el año 2007, dentro del X Encuentro de Poetas Iberoamericanos, declarándole Huésped Distinguido y publicando una antología de su obra bajo el título “Habitación de olvidos” (Edifsa, 2007). Es subdirector de la principal radio de Sao Paulo, de 20 millones de habitantes. Publico la traducción que hice de tres poemas suyos. Para conocer y reconocer su valiosa cosecha de versos. En poesía ha recibido los más importantes premios de su país, además del prestigioso Premio “Jabuti” de Prensa, por su labor como crítico literario. También están el Premio Anchieta de Teatro o sus novelas, algunas llevadas al cine. Su obra poética, publicada durante más de cuatro décadas, va desde Noturno Maior (1963) hasta 67 sonetos para uma Rainha (2014) pasando por Tempo final (1964), O serrado do viaduto (1965), 4 cantos de pavor e alguns poemas desesperados (1973), Em legítima defesa (1978), Motivos alheios (1983), Mulheres do Shopping (1988), Lindas mulheres mortas (1990), O azul irremediável (1992), Pequeña antologia poética (1996), Gesto nulo (1998), 20 poemas cuase líricos e algumas cancoes para Coimbra (1999), Terminal (1999), Vagas lembranças (2001), Poemas portugueses (2002), A palavra áspera (2002), A noite, os cávalos (2003), Sete anos de pastor (2005), A memoria do pai (2006), Os meíhores poemas (2006), Bocas vermelhas-poemas para um recital (2006), Babel (2007) o Inés (2007), entre otros poemarios. Trajetória poética, publicada en 2003 por la editorial Escrituras, reúne todos sus libros aparecidos hasta entonces. Esta obra obtuvo el Premio al mejor libro de poesía 2003, otorgado por la Asociación Paulista de Críticos de Arte.
SE BUSCA
Se busca a un hombre
que desapareció el día 14.
Llevaba zapatos negros
y vestía una especie de tristeza,
de esas que hay en cualquier lugar.
Acostumbra a hablar solo,
especialmente cuando camina.
Cuando desapareció
cargaba una bolsa
con algunos poemas sin palabras
y ciertos gestos suicidas.
Comía mangos
cuando desapareció.
También llevaba
dos estrellas muertas
en el bolsillo izquierdo
de la camisa.
Decía que no tenía nombre,
pero era por olvido.
Se busca a ese hombre
que se marchó con algunos secretos.
Dijo que iba a hablar con las piedras
y desapareció el día 14.
Quien tuviese noticia alguna
de su paradero
se ruega
no informar a nadie.
RECETA
Una tacita de veneno
es mucho más que un vaso de vino.
Si no, comprobemos:
una tacita de veneno adormece para siempre,
mientras el vino
sólo acalla ciertos momentos.
Una tacita de veneno tiene sabor de anís,
mientras el vino agrio se asemeja al vinagre
sorbido en cucharas de sobremesa.
Una tacita de veneno
es mucho más que un vaso de vino.
Con ajo, el veneno se multiplica
y no produce dolor alguno.
El vino engaña a la mente
y torna lentos los reflejos
para levantarse al inicio de la tarde.
Una tacita de veneno
es mucho más que un vaso de vino.
Mezclado en el café
el veneno parece té
y modifica la luz en una noche sin salida.
Una tacita de veneno
es mucho más que el césped y que el tiempo.
Es tan dulce
como un vaso de vino tinto
que la gente rompe y derrama en la mesa.
EL REPARTO DE LOS ALIMENTOS
La tierra se divide en dos partes,
una de ellos y otra de sus parientes.
¿Entonces por qué repartir entre nosotros
cuchillos y algo de alimento?
Huele a café y estiércol,
carneros caminan silentes
en el jardín de los confidentes,
donde todos lloramos
y desgarramos lo que resta del corazón.
Si hay un tiempo de morir
es éste.
Nada de postreras palabras
como este poema insiste en decir.
En este día 27 de abril de 1967
pido exilio a mi propio miedo,
como si pudiese esconderme
con tantos espejos a mi alrededor.
Por eso parte el pan
con el cuchillo puntiagudo del dedo
de la uña
salpicando la flor de vino,
y reparte, divide:
si la tierra es de ellos y de sus parientes,
sean nuestras las herramientas
que excavan
para enterrar nuestros propios cuerpos,
tomates, huevos, gallinas,
lechuga, col, plantas, pimienta,
arroz, vinagre, achicoria, agua, frijoles.
La luz de los ojos es muy pequeña
para un mundo tan inmenso
que cabe en nuestra taza.